El comercio electrónico crece a una super tasa compuesta del 20% anual desde el 2013. Y solamente si analizamos del 2018 al 2019, el segmento llego a ser un 24.4%. Y si nos vamos a términos de participación PIB nacional para México, la expansión fue de 1%, de acuerdo al indicador de Valor Agregado Bruto del Comercio Electrónico (VABCOEL).
En 2019 el valor del comercio electrónico creció 24.4% a 1,462,583 millones de pesos y su participación en el Producto Interno Bruto (PIB) fue de 6%, un punto porcentual más que en 2018, de acuerdo con el INEGI. Se trata nuevamente de un crecimiento de dos dígitos, que seguramente se verá robustecido por los cambios de hábitos de los consumidores mexicanos durante la pandemia de 2020, que aceleró las ventas a distancia y sin contacto físico.
Las cifras reveladas este martes por el INEGI (Instituto Nacional de Estadística y Geografía), a través del indicador Vabcoel, muestran también un cambio significativo en la manera como se negocian bienes y servicios directamente por medios digitales.
Del volumen total registrado en 2019, 38.6% correspondió al comercio al por mayor de bienes (un avance de 12.4 puntos porcentuales respecto a 2018); 21.6% al comercio al por mayor de bienes (una reducción de 5.7 puntos), y 39.8% al resto de los servicios (una reducción de 6.7 puntos). Dicho de otra manera: el comercio minorista creció significativamente, impulsado por actores de la economía digital como Mercado Libre, Amazon o Claroshop y por minoristas que utilizan los canales electrónicos para expandir sus operaciones de ventas: Liverpool, Walmart o Coppel.
El comercio electrónico es uno de los distintos componentes de la llamada economía digital, un concepto con tres soportes indispensables: infraestructura, aplicaciones (software) y usuarios, todos conectados a través de internet. Sobre estos pilares gravita un ecosistema complejo y diverso, con proveedores de infraestructura de telecomunicaciones, de servicios de acceso, de infraestructura especializada (nombres de dominio, alojamiento, interconexión), de bienes físicos y/o digitales, de servicios financieros, educativos o de entretenimiento, de servicios públicos (ofrecidos por entidades gubernamentales o contratistas), acuerdos regulatorios, fiscales y de buenas prácticas y, por supuesto, de usuarios, de consumidores y de ciudadanos ejerciendo derechos y obligaciones.
Desarrollar este entramado sofisticado requiere de la participación de muchas entidades, públicas y privadas, en un entorno de confianza y certeza jurídica dinamizado siempre por la aparición de nuevas tecnologías, que posibilitan la creación de nuevos bienes y/o servicios o la satisfacción de viejas y nuevas necesidades.Hace un par de años se popularizó la idea de tecnologías de “tercera plataforma”, caracterizadas por innovaciones relacionadas con los teléfonos móviles y otros aparatos (movilidad), los servicios en la nube (software y hardware como servicios), big data (procesamiento y análisis de grandes volúmenes de datos) y redes sociales. Hay quienes hablan de una “cuarta plataforma” para referirse a la inteligencia artificial o el cómputo cuántico.
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